SAMUEL, EL PESCADOR ORGULLOSO.
Autor: Richard Oses.
Érase una vez una preciosa aldea que había cerca de un río muy grande, en la que todos los años, desde que los mas ancianos del lugar recordaban, se celebraba un concurso de pesca. Siempre se organizaba por el mes de Noviembre, cuando los peces eran fuertes, saltaban vivarachos e inundaban todos los rincones del río.
Al concurso acudían los mejores pescadores provenientes de todas partes del mundo. Los noruegos tenían fama de ganar siempre, pues estaban acostumbrados a los concursos de salmón que se organizaban en su país. Aunque los españoles se defendían muy bien pescando truchas y barbos. Algunos pescaban desde sus barquitas de madera, otros preferían competir desde la orilla del río.
Samuel era una persona muy soberbia, pretenciosa y orgullosa, y a la hora de concursar también lo era. Aquel día se había propuesto pescar el pez más grande jamás pescado y ganar a los expertos noruegos y españoles.
La mañana amaneció con un espléndido y grandioso sol que bañaba de luz la aldea y sus alrededores, y Samuel madrugó mucho para llegar el primero al río. Su madre se extrañó al verlo madrugar tanto. El joven Samuel le explicó que lo hacía para ganar el concurso de pesca. –Pero hijo, ten cuidado. Deberías ir con alguien más en la barquita, no vaya a ser que te ocurra algo-. No te preocupes mamá, esta noche he soñado que voy a ganar el concurso y lo voy a hacer sólo. – ¿Y si al final pescas un pez gigantesco? Podría hacerte zozobrar y tirarte al río. Es muy peligroso-. Dijo su madre en tono de preocupación. Pero Samuel reía sin parar mientras se despedía de su madre.- Soy más fuerte que todos los peces del río juntos- Le contestó mientras se alejaba.
El río y sus acequias se fueron llenando poco a poco de participantes. Raúl se afanaba en encontrar el mejor sitio para hacerse con su anhelada pieza que le daría el triunfo del concurso. Buscó con ímpetu el pez más grande bajo las aguas del río pero no tenía la suerte que esperaba encontrar. Decidió alejarse un poco hacia aguas más profundas, donde el curso del río era más agresivo y peligroso, pero los peces más grandes y pesados. Cuando comenzaba a atardecer y sólo quedaba una hora para que el concurso finalizase, un enorme pez picó el anzuelo. Era tan grande y pesado que él sólo no podía sacarlo del agua. Después de varios minutos luchando contra el pez, consiguió cansarlo pero era muy tarde; la noche ya había llegado, no encontraba la forma de regresar y tampoco quería cortar el sedal y que el pez se le escapase. Tuvo suerte de que un participante se cruzase en su camino de regreso a la aldea, pero Samuel no fue capaz de pedirle ayuda ni de explicarle la embarazosa situación en la que se encontraba. Quería que todos le aplaudiesen al verle llegar sólo y triunfante a la aldea con el pescado más grande del concurso. Así que decidió evitar el ofrecimiento de ayuda de otro pescador y pasar la noche sujetando la caña de pescar sin poder dormir.
A eso de medianoche, su madre se puso muy nerviosa porque su jovencito hijo no había llegado a casa. Alertó a todo el vecindario y fueron en buscar del orgulloso pescador. Lo encontraron en medio del gran río, dormido pero tembloroso, y a punto de morir congelado. Lo acercaron a la aldea y Samuel despertó algo aturdido. Abrió los ojos y vio un grupo de personas alrededor. Su madre se acercó rápidamente y le dijo:
– Pero hijo mío, ¿Por qué te alejaste tanto?- Le preguntó casi entre lloros-
– Quería ganar el concurso. Quería el pez más grande y que todos se sorprendiesen de mi hazaña.
Un anciano desconocido, que había resultado el ganador del concurso, le dijo cariñosamente:
– Para poder traerte hasta aquí, he tenido que pedir ayuda a otros pescadores porque mi respeto por los ríos y los mares no cabe en este mundo. Además, hemos tenido que cortar el sedal; el pez estaba muerto porque había acabado agotado de luchar y luchar contra el anzuelo. Y puesto que el concurso terminó ayer, estás descalificado, ni siquiera has quedado el último. Pero lo más importante de todo es, querido jovencito, que coger el pez más grande de todos, sólo es posible si no menosprecias el valor y la fuerza de un animal que conoce el río, porque es su medio natural, mucho mejor que nosotros, los seres humanos. El orgullo de pensar que eres más fuerte que todos los peces del río juntos sólo te hará hacer perder una y otra vez todos los concursos a los que te presentes.